Nunca sigas al lobo (Carmen Lázaro Santamaría)

Nunca sigas al lobo

Carmen Lázaro Santamaría

Relato seleccionado de entre los presentados al II concurso de relatos y poesía «Las cenas del Picoesquina» para su publicación en el blog de «Las cenas del Picoesquina».

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Carmen Lázaro

Tras varios años sin escribir absolutamente nada y con la necesidad de crear un relato para entrar en concurso, me puse frente al ordenador con el fin de volver a escribir.
Una página en blanco. El vacío. La nada más absoluta. ¿De qué iba a escribir si la rutina me asediaba? Mi vida en los últimos años era tan premeditada y repetitiva que no encontraba ningún tema interesante que tratar.
Los escritores debemos vivir otras experiencias. Conocer a gente muy distinta. Atrevernos a romper con la rutina. Apuntarnos a cualquier actividad que se precie y practicarla. Viajar. Escuchar todo tipo de música. Apreciar cualquier arte. Sólo así podremos encontrar la inspiración.

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«Una página en blanco. El vacío».

La monotonía mata nuestra creatividad y, durante los últimos años, yo me había dejado llevar por un camino fácil e iluminado en lugar de querer atravesar el bosque, en el que se hallarían los peligros, pero también las aventuras.
Encontré la señal. El lobo al que seguir en el bosque. Navegando por una aplicación de grupos generados en torno a una afinidad, encontré uno que me llamó la atención, etiquetado como “no fap”. Su filosofía de vida era evitar la masturbación y la pornografía para encontrar el placer. Y pensé que ellos podrían ayudarme a encontrar la inspiración que buscaba. Pero aquella decisión cambiaría mi vida para siempre.
Decidieron reunirse al domingo siguiente en una cafetería del centro de la ciudad. Debía vestir adecuadamente para la ocasión, así que me atavié con unos vaqueros azules y una camisa abrochada hasta el cuello.
Cuando llegué a la cafetería, reconocí al coordinador del grupo por la foto de la aplicación. Él también debió reconocerme, pues me hizo un gesto de saludo con la mano invitándome a sentarme con él.
—Y bien, cuéntame un poco a qué te dedicas y como te has decidido a unirte a este grupo—me invitó a hablar.
No quería dar datos reales sobre mí, ni siquiera mi nombre verdadero, así que le mentí
—Trabajo como secretaria de dirección en una empresa familiar. Y la razón de unirme al grupo es que comparto completamente la filosofía del No fap y estaba deseando conocer más gente como yo —Por suerte, antes de la reunión, me había documentado bien sobre el movimiento.
—Eva, mi nombre es Rubén. Yo trabajo como administrativo en banca, soy activista en un partido político y cristiano practicante. A mi edad es muy complicado discutir estos temas con otras personas, la verdad, pues casi toda mi generación considera que estoy mal de la cabeza por seguir esta teoría de la no masturbación y no pornografía. Por eso creé este grupo, para buscar gente afín y compartir nuestra visión de la vida.
Rubén era muy atractivo. De tez oscura y unos ojos miel que miraban de manera persistente los míos. Él me estaba hablando de sobriedad, de la práctica de hábitos saludables frente a otros que resultaban perniciosos. De cómo la pornografía dañaba la práctica reproductiva. Y mientras le escuchaba, mi mente se estaba imaginando precisamente lo contrario. Quería gozar con él. Lo deseaba de una manera impúdica e indecorosa, hasta el punto de sentir como mi piel empezaba a erizarse de excitación ante su cercanía.
Tan ensimismada estaba en su discurso y en mi placer que no me había percatado de que nadie más había asistido a la cita salvo nosotros dos.
—Vaya, parece que no ha tenido mucho éxito nuestra propuesta. Gracias por venir, Eva. No quisiera ser descortés, pero he quedado en diez minutos con la gente de mi congregación, justo en un local de aquí al lado. Perdona mi atrevimiento, no quiero que pienses de ninguna manera extraña con esta proposición, pero me encantaría que te unieses a nosotros. Se me ha pasado demasiado rápido este momento de café compartido contigo y quiero disfrutar de tu compañía algo más.
No me apetecía nada el plan que me proponía, pero sin embargo, aquella sincera confesión me derritió por completo, y accedí a su propuesta.
Apenas anduvimos cinco minutos hasta llegar al local del que hablaba. No había ningún cartel o señalización, pero parecía un lugar bastante confortable. Rubén fue presentándome uno por uno a sus compañeros. Todos me recibieron encantados de que me uniese a aquella reunión.

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«No había ningún cartel o señalización, pero parecía un lugar bastante confortable».

Rubén ocupó el lugar presidencial en la mesa y comenzó su discurso.
—Hermanos. Hoy se nos presenta un gran día. Hemos recibido un gran regalo de nuestro señor. Cómo dice el rito de purificación, debemos cumplir con siete sacrificios de almas impuras para la limpieza de nuestro espíritu. Hoy realizamos el último de estos sacrificios. Derramamos sangre sucia, manchada de pecado y lujuria para nuestra salvación. Venid a mí, y procedamos con el ritual.
Sus rostros cambiaron. Permutaron en seres fríos, hirsutos, siguiendo la voz de la que parecía el amo de una manada. Dirigieron su vista hacia mí. Aquellos ojos gélidos, con expresión hierática, me miraban. No podía ser. ¿Qué era aquello? ¿Dónde me había metido? Mi instinto me hizo levantarme de aquella silla y correr hacia la puerta, pero ellos fueron más rápidos, y consiguieron agarrarme entre todos para atarme a una especie de trono situado al fondo del local.

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«Sus rostros cambiaron. Permutaron en seres fríos, hirsutos…».

— ¿Qué hacéis? ¿Estáis locos? Vais a cometer un asesinato.
—Maldita pécora, he visto como me mirabas mientras te hablaba de mis preocupaciones. ¿Creías que no me daría cuenta de tu farsa? Eres la reencarnación de la misma Eva, de María Magdalena, y arderás en el infierno. Un sacrificio de un alma sucia como la tuya nunca será un asesinato.
—Estás loco…. Soltadme, soltadme. ¡Socorro, Socorro! —grité desesperada, llorando de rabia y miedo por lo que se avecinaba. —Esperad, esperad, concededme un último deseo, por favor. Un último deseo. Vuestras almas cristianas deben ser piadosas conmigo.
—Si te crees que vamos a permitir que tengas una última llamada o algo así, estás muy equivocada.
—No, no, no será una llamada. Admito mi farsa. Verás, me inscribí al grupo con el único objetivo de investigar, de conocer gente nueva y poder escribir un relato para un concurso. Permitidme que lo escriba antes del sacrificio, por favor. Os diré la dirección donde tenéis que enviarlo. Lo haréis por mí, ¿verdad? No tardaré más de dos horas.
—Te concederemos ese último deseo, pero ningún jueguecito con el boli y el papel, ¿me escuchas? Y leeremos antes el relato, así que no cometas ninguna estupidez.
Sabía que no podría salir de allí viva, era imposible. Ellos estaban completamente convencidos de cumplir con su cometido, lo había visto en aquellos rostros psicópatas. Así que sólo me quedaba escribir este relato con la única finalidad de contarlo. De intentar explicar mi experiencia y avisar sobre el peligro de la suplantación de caracteres. De informar que hay redes peligrosas, sectas, cuya finalidad es matar y esperando que la policía, o la guardia civil decidan abrir una investigación para hallar a los culpables de esta atrocidad en la que termino siendo la protagonista.
O quizás sólo piensen que sea una mera ficción para obtener notoriedad en un concurso de relatos. Porque al final, ¿quién puede creer en la fiabilidad de un escritor?

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