Una lección de vida (Santiago Ricardo Hernández Saez)

Una lección de vida

Santiago Ricardo Hernández Saez

Relato seleccionado de entre los presentados al II concurso de relatos y poesía «Las cenas del Picoesquina» para su publicación en el blog de «Las cenas del Picoesquina».

facebook

Salgo con toda la prisa del mundo —como siempre— del supermercado tras una fugaz compra de urgencia. Esa prisa con la que coexistimos a diario, impuesta por la forma de vida que llevamos. Observo con atención a un hombre de mediana edad pidiendo a la salida; aunque no es correcta del todo esta afirmación mía, no pide, ruega.
Solo. Está sentado en el suelo con la mano puesta en esa actitud, quizá por no molestar no dice palabra alguna, con un cochambroso cartón donde, con exquisita caligrafía, ruega un donativo, pero… ojo, ¡ruega un donativo! No pide una limosna.

0san.jpg
Solo. Está sentado en el suelo…

Pobre esperpento famélico —pienso—, simulacro de hombre o, lo que pudiera ser, persona, individuo o hasta humano ¡Yo qué sé llegados a este punto!¿Despojo quizás? No lo creo.
Lo cierto y verdad, es que ahí está, con toda su podredumbre, cochambre y humanidad, donde denoto una actitud de dignidad y orgullo.
¿Qué decir de él? Es tan solo «eso»… pero ¿qué es «eso»? ¿Quién me lo puede aclarar?
¿Tan solo un despojo del sistema, un alma errante y perdida u otro Diógenes de la sabiduría? Quién sabe.
Me llama mucho la atención el curioso dato de que no pide, sino ruega; agradece con humildad y respeto lo poco o nada que le podamos dar y siempre con una sonrisa, además, sincera.
Aunque tenía prisa, me paro junto a él —aquel individuo me llamaba poderosamente la atención— y, con las bolsas de la compra en ambas manos, le miro.
—¿Hace un cigarrico?
Me mira atentamente, con los ojos achinados, quizá por el sol; espera una interminable pausa y me dice con voz tranquila:
—«Más dañosa es la abundancia que viene sobre gran codicia», hace ese pito.
—¡Qué grande eres! —le contesto agradecido con una sonrisa—. ¿Es tuyo? —le pregunto.
—No, Sócrates.
Dejo las bolsas en el suelo y saco el paquete de tabaco, lo abro y le ofrezco. Él, ni corto ni perezoso, coge dos, me mira y me dice con una especie de mueca:
—El otro para luego…
—Toma, quédatelo entero —le digo ofreciéndole todo el paquete.
—Gracias amigo, ya decía Platón que «la mejor riqueza es contentarse viviendo con poco».
¡Me estaba dando lecciones de humildad gratis! Quizá también para todo aquel que pudiera escucharle y estuviera capacitado para entenderte, que no son muchos lamentablemente.
—¿Quieres fuego? —le pregunto.
—Gracias, amigo, de eso sí llevo —me contesta agradecido.
—Desde luego, cuanto tonto evaluándote a diario, juzgándote sin tener ni idea de lo que están viendo, de lo que vales y sabes… ¡Joder! Eres todo un filósofo.
—Así es la vida.
—Válgame el Señol, cuánto capullo iletrado diseminado o desperdigado por este puñetero mundo —puñetero por no decir puto—, que habiéndose leído un libro de filosofía se creen doctores de la misma; y mientras tú aquí.
—Para eso hay que leer y yo lo hice, y mucho, aunque de eso hace ya tanto tiempo…
—Me reitero en mis palabras, vales mucho y es una pena que estés pudriéndote en la puerta de un supermercado rogando un poco de humanidad, con la de libros que has leído, con lo que tu mente puede dar a los demás, con las experiencias vividas que aportarían a otros mucho —o poco, qué más da, si no te escuchan—, es una verdadera pena y un humillante desperdicio que te veas en esta situación, pero… ¿tú lo aceptas, lo asumes y no le das la importancia que yo sí le doy?
Hace un leve movimiento de hombros hacia arriba, no contesta.
—Quizá tu visión de este puto mundo —esta vez sí digo, y bien, puto—, no sea la misma que la mía —le digo.
—Podría ser…
—En cierta manera, te admiro; por valiente y resignado a tu destino. Mala suerte la tuya, amiguete, estar dónde y cómo lo estás, a nadie le sería de agrado, pero tú, lo aceptas estoicamente, cosa que me sorprende aún más y admiro.
—«El conocimiento, es la opción cierta»…
—¿Platón otra vez?
Asiente confirmando.
—Pero ¿cómo llegaste a esta situación?
—«La pobreza no viene por la disminución de la riqueza, sino por la multiplicación de los deseos» y yo tuve demasiados.
—No me lo digas… Platón.
Ambos nos echamos a reír espontáneamente.
—Bueno, me tengo que ir, toma un euro, por las citas de Platón… al menos eso.
Lo acepta de buen grado y contesta:
—«La buena fe es el fundamento de cualquier sociedad» y tú, amigo, pareces ser buena gente.
—Ya ni pregunto, sé de quién es la cita, ja ja ja.
—Gracias por estos momentos, han sido gratificantes de veras; por cierto, ¿cómo te llamas?
—¿Te valdría Don Nadie?
—No, hombre, tu nombre real.
—Ese hace años que murió, solo soy… ¿realmente qué es lo que soy?
—Pues para mí, a partir de hoy, serás Platón, ¿qué te parece?
—Si a ti te place, bueno es.
—Que así sea a partir de hoy.
No dude en buscar excusa para ir al supermercado de nuevo con la intención de ver a mi nuevo amigo, Platón. Aquel individuo me hacía plantearme cosas que anteriormente no había hecho y sentía curiosidad por hablar con él; aunque fuera a cambio de un cigarrillo y un euro, el precio merecía la pena.

0san2.jpg
…a cambio de un cigarrillo y un euro…

No lo vi, el lugar donde se ubicaba estaba desierto, vacío de saber diría yo.
Pasaba el tiempo y decidí regresar a casa cuando, por casualidad, pude escuchar una conversación entre una de las cajeras y una clienta sobre mí. Puse toda mi atención.
La clienta hacía gestos con la cabeza hacia donde yo me encontraba, señalándome y en voz baja —no tanto porque pude escucharla perfectamente—. Me di cuenta que efectivamente hablaban de mí.
—Mira, ese es el hombre que hablaba solo en la puerta, el que tiró el paquete de tabaco y un euro al suelo… ¿Estará loco?
«¡¿Qué decía esa mujer?! ¡Yo hablaba con mi amigo Platón, el mendigo!».
—Sí, una pena —contestaba la cajera—, se les va la cabeza y tienen visiones… pobre.
«¡Y una puñetera mierda, señora! No estoy loco. Recuerdo perfectamente a aquel hombre, estaba allí y era totalmente real», pensé ofendido.
Recuerdo perfectamente como agradeció más el tabaco que le di que el euro, y esa sonrisa nunca la olvidaré. Lo juro, amigo, me diste una lección de vida y, por ello, te estaré agradecido siempre, da igual cómo y dónde, eso es irrelevante, pero agradecido de veras, eso sí.
Regresé a mi casa pensando en aquel extraño episodio, ¡qué no existía mi amigo Platón decía aquella bruja!
Al abrir la puerta de mi casa, me encontré a una mujer con cara de circunstancia y con los ojos llorosos.
—¿Qué pasa? ¿Quién es usted? —pregunté intrigado y sorprendido.
Aquella mujer se echó a mis brazos, me abrazaba fuertemente y empezó a llorar. Entre sollozos me decía:
—Papá, no te vuelvas a escapar, hoy has sabido regresar, quizá otro día no. Te estábamos buscando por todos lados, incluso íbamos a avisar a la policía ya. Nos tenías muy preocupados, ¿se puede saber dónde estabas?
—Con Platón, mi amigo… ¿pero quién es usted y qué hace en mi casa?

Fin

En memoria de todos aquellos que sufren enfermedades mentales o psicológicas.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s